La soledad que no quería quedarse sola.
La soledad tenía miedo de quedarse sola,
de mirarse al espejo y no hallar el reflejo.
Quería besarse las sombras
quería acariciarse los vértices,
las esquinas,
pero no encontró ninguna.
Entonces comenzó a temer
a conocer ese sentimiento de vacío,
donde la inmensa tristeza baila en la nada
y las acaloradas depresiones suben y bajan
cual marea en el mar.
La soledad temía por ella
en que su estado permanente fuese la locura,
la llanura de lo intangible
la espesura de lo indecible.
Así que dando el salto de gracia
busco a donde ir a parar
en otro cuerpo no tan solo,
no tan hueco,
ni con eco;
Un cuerpo donde a la soledad
se le permitiera iniciar su revolución
algo menos sobrio,
menos gótico
y un poco más caótico.
Un lugar donde deje huellas
pero no la piel,
ya se cansó de ellas.
Un compañero,
que le hiciera cambiar de opinión,
Que le mostrara los colores,
esos que dicen que existen
pero que ella jamás ha visto
y que la encamine a buscar
eso que no sabe que es,
pero, que necesita.
Entonces, hallándose en su travesía
se encontró con el un reflejo,
que le sonrió en efecto
causando en ella un revuelo.
-Hola, soy Soledad -ella dijo.
-Soy amor propio -le respondieron
y el temor se desvaneció.
Ella volvió a sonreír de nuevo
y la revolución comenzó.
Ginya Les
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